Finalmente arribamos a Montañita, un pequeño poblado que ha crecido gracias a su turismo de surf, playas y fiesta.
Salir de la interminable cordillera nos tomó varias horas, bajando por la pesada niebla hasta el pueblo de Quevedo. Hasta este punto las carreteras ecuatorianas nos habían sorprendido por sus excelentes condiciones (superando a Colombia con creces), sin embargo en Quevedo cambió esto rápidamente. El asfalto se convirtió en tierra, piedras, hoyos, baches, y polvo; recorrer los 90 kilómetros restantes hasta la costa nos tomo varias horas.
El plan era llegar ese día hasta el pueblo de Montañita, pero al caer la noche preferimos dormir en la ciudad de Manta. Al día siguiente volvimos a emprender camino; cruzamos extraños paisajes de manglar seco donde la vegetación parecía bastante desértica a primera vista y por sorpresa contaba con un amplio ecosistema de manglares después de una observación más profunda.
Finalmente arribamos a Montañita, un pequeño poblado que ha crecido gracias a su turismo de surf, playas y fiesta. Aquí Hector intentó con éxito iniciarse en el surf, mientras que yo desistí a favor de otras actividades más sencillas como observar las ballenas jorobas desde la orilla del mar.
Para nuestro deleite, en las calles de Montañita se vende delicioso ceviche de mariscos de corte grueso, una clara influencia de la gastronomía peruana. Lo que más se extraña son las tostadas y salsas que complementan este tipo de platillos en México.
Después del descanso playero nos preparamos a seguir hacia la frontera con Perú, la siguiente parte de esta emocionante travesía.