Para lidiar con el estrés y las exigencias de las ciudades grandes, los japoneses practican ‘shinrin-yoku’: caminar a lo largo de sus bosques en silencio.
Aquejados por la hiper-tensión, el estrés y las exigencias de las grandes ciudades, millones de japoneses bajan al bosque. Incluso a pesar del tráfico y las jornadas laborales que parecen no terminar nunca, toman un espacio de su semana para guardar silencio en medio de las áreas verdes. A veces, incluso, se toman la tarde para visitar los parques naturales cercanos.
La idea no es otra que ir al bosque a caminar. En perfecto silencio, se arman grupos pequeños —o se hace un viaje en solitario— para tener una inmersión forestal absoluta. Los cinco sentidos se tienen que conmover por la naturaleza, mientras la persona recorre los senderos boscosos por su cuenta, o con otros cuántos más. A esta práctica le llaman ‘shinrin-yoku’.
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Al filo de arroyos apacibles
Aunque pudiera parecerlo, el shinrin-yoku (森林浴) no es en sí misma una práctica ancestral. Nació en la década de los 80, con una herencia —esa sí ancestral— de mirar la naturaleza en silencio, como una forma de meditación activa. De hecho, estuvo pensada como una medida de salud pública.
Ante el estrés excesivo y la creciente soledad que el Estado japonés identificó en sus trabajadores, propuso esta técnica de inmersión forestal como una alternativa para que las personas salieran del entorno hostil en el que pasaban horas, horas y más horas cada semana.
De esta manera, en lugar de escuchar el sonido de los coches al pasar, la insistencia de las computadoras ajenas trabajando, o los gritos ahogados de angustia de otros oficinistas, las personas podrían centrarse en los sonidos de la naturaleza. Pajaritos, arroyos apacibles, el crujido de las hojas al pasar sobre ellas: los japoneses encontraron una constante de sanación en estos estímulos de las áreas verdes.
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Absorber el bosque con los sentidos
El plan para implementar el shinrin-yoku como una medida de prevención para la salud mental vino de la Agencia Forestal de Japón en la década de los 80. Hacia finales del siglo XX, sin embargo, la “Terapia del Bosque” ya era ampliamente practicada en todo el país. Tanto así, que cada vez más espacios verdes y parques nacionales se sumaban a certificarse como un centro oficial.
En la actualidad, la Shinrin Therapy Society (森林セラピーソサエティー) —instituida por la Agencia Forestal de Japón— considera que 65 espacios verdes en el país son aptos para que la gente los visite para su práctica de shinrin-yoku personal. De acuerdo con la BBC, se espera que serán al menos 100 al término de esta década. Finalmente, según el director de la agencia, Akiyama Tomohide, los bosques recubren el 67 % de la superficie del país.
Debido a que el estrés y angustias que la ciudad le imprime todos los días. En medio del bosque, nada de eso existe.
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Más allá de los cerezos en flor
No habría que confundir el Hanami, la práctica milenaria de mirar los cerezos en flor durante la primavera, con la medida de salud pública que subyace al shinrin-yoku. Los árboles de Sakura sólo florecen en abril; la inmersión forestal, sin embargo, acompaña a los japoneses a lo largo de todo el año.
En cualquier caso, el Hanami podría entenderse como un antecedente directo al shinrin-yoku. Uno de los más visitados en todo el archipiélago es el bosque de bambú en Arashiyama, en las cercanías de Kyoto. A este espacio se le hicieron modificaciones mínimas, de manera que no se perdiera su grandeza natural al tiempo que la gente pudiera caminar en los senderos de bambú.
Caminar en silencio
Sin embargo, no todos los centros oficiales certificados para shinrin-yoku son turísticos. La gran mayoría, por el contrario, están integrados a las grandes ciudades japonesas. Según un estudio conducido por Office of Disease Prevention and Health Promotion, bastan 2 horas en la naturaleza para recibir los beneficios cognitivos y emocionales del bosque.
Originalmente, la idea era diseñar una alternativa de salud mental accesible para la mayor cantidad de gente posible. En la actualidad, el shinrin-yoku conserva esa premisa inamovible: es gratis, y no requiere de nada más que una «mente abierta», según la describe la periodista del bienestar Annette Lavrijsen. Hay quienes, ocasionalmente, se llevan un libro. Los demás prefieren caminar en silencio.
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